
El anciano se levantó lentamente, besó a su adorada y emocionada esposa, y se dirigió al estrado. Mientras avanzaba, paso a paso, recordó la primera vez que alguien le aseguró que lograría ser uno de los escritores que conseguirían este mítico galardón. Fue ahora hace 50 años, en la provincia de Oaxaca, en el Pacífico mexicano. Si su vieja cabeza no le engañaba, fue una noche de luna llena sobre las arenas de las playas de Zipolite. Aquella chica andaluza de grandes ojos negros, que mirándole, entre risas, se lo anunció así: "algún día ganarás el Premio Nobel de Literatura, y recordarás mis palabras". Todos los presentes, él incluído, rieron la broma.
Ahora iba caminando hacia él. Hacia ella. Una sonrisa se dibujo en su rostro. "Va por tí, Ana".
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