Cuando uno se mete con unas gafas de bucear debajo del agua, se produce un efecto óptico que hace que las dimensiones de todo lo que le rodea se distorsionen. Al alargar la mano, te das cuenta de que lo que quieres tocar no está tan cerca de tí como imaginabas. Y ese pez que parecía tan enorme, al final resulta ser un boquerón de colores. Como la vida misma.
Pero, ¿y si de pronto te vuelves y te rodea volando un delfín?... Cruzad los dedos, allá voy....
Nota aclaratoria (dos días después): nada de delfines. Dos tortugas apareándose es lo más grande (en animal acuático) que he visto. Tampoco está mal...
lunes, 3 de agosto de 2009
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3 comentarios:
que guay hermana...disfruta mucho....besitos desde el altiplano de la Alameda...
Quiiiilla, me alegro de tener un viaje en directo, aunque no me tengas en tu grupo de correos, visito tu blog, no te librarás de la batera. Turrmana
Turrrmana!!!!!! Anda el coño, ahora mismo te escribo. ¡Se me ha ido la perola! ¿Cómo andas?
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